sábado, 2 de noviembre de 2013

DESDE LA VENTANA

Siempre me pasa.

Se posan impávidos delante de mí y no puedo evitarlo.
Siempre he tenido la misma sensación con los animales que vuelan. Me vale lo mismo que sea una mosca que una paloma, lo mismo sea una mariposa que cuervo.

Cualquier bicho viviente que le palpite el corazón y tenga alas me hace el apaño.
Eso sí, y esto es primordial, tiene que ser urbanita.
Ya sea paloma de parque o mosca de tarde de verano, que se pasa y se posa de mí frente a la ventana. Y vuelta a empezar.

Me quedo absorta.
"Pero, ¿¡Cómo se te ocurre estar aquí perdiendo el tiempo entre mi frente y la ventana!?"
"Paloma, ¿qué haces?, ¿qué demonios haces a los pies míos, engullendo las migajas de mi bocata? ¡¿ nadie te ha avisado?!, ¿Pero es que no  te lo han dicho?. Tienes alas, eres libre".

Ya de pequeña, cuando corría tras las palomas que se aglutinaban en el césped del parque, aquella idea me subía por la espalda hasta instalarse en mi garganta.
Tras conseguir que aquellas aves testarudas cogieran vuelo, ellas volvían a al suelo.
Yo me indignaba.
"Si yo fuera tu, paloma, ¡ay si yo fuera tú!, iba a estar yo perdiendo el tiempo en este parque desolado. Vuela que tú puedes, desaparece lejos de aquí. Hazme el favor de largarte. Vete a una isla desierta a posarte en una palmera. ¡Deja de perder el tiempo en los enclenques árboles de mi barrio!

Y claro, la paloma me miraba alucinada, sin entenderme, igual me pasaba a mi con ella.

Muchos han creído que no de las constantes.
Mosca que pasa o se posa, mosca que acapara toda mi atención.
Igual da que ocurra en medio de un examen o con la boca abierta en el dentista.
"¡Elo gue hases aguí, osca eshtuida!"
Entonces me quito de lo que esté haciendo y se lo repito.
"Con esas alitas tuyas, pero tu tan obcecada, venga a estamparte en la ventana. Vete, ¡vuela!, recorre el país de punta a punta. Y si alguien te pide que te quedes tu ni caso, mosca. Si sales ahora, en un par de días ya habrás volado toda la costa. Luego puedes recorrer el norte y para en un puerto pesquero, en un acantilado, que se yo."

Tengo envidia de alas.
No comprendo como pueden desperdiciar su tiempo en lugares en los que no hay nada que ver, en vez de pasarlo como lo hacen águilas o búhos o halcones.
Ellos vuelan lejos, alto, se posan en lugares que solo he visto en fotos arrugadas de revista de sala de espera.

Así que cojo a la paloma, la echo al aire gritándole desde el suelo que se marche de una maldita vez, lejos del cemento y el barro.
Ella vuelve a pararse en la cornisa de la parada del maldito autobús.

Y me quedo susurrando lo terca que es, mientras me doy cabezazos contra el cristal de la ventana.

Ana Nirvana.

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